Una noche invadida por tus ojos
Vitrales de mi amor
Yago
OJOS BICHES
Me encaramo a tu árbol de mangos
Para bajar tus ojos biches
Y echarle harta sal a tus lágrimas
Veo cómo desde la pepa
El espíritu de los tiempos nos mira
-en silencio-
Pero me chupo el tiempo
–contigo-
Entro a tu mundo – desciendo por la verde profundidad de tu mirada
Adorno mi paraíso con el trigal de tus pestañas
Tiemblo con el viento que nace de ti
Yago
EN LA JUEGA
Un Visaje del cuasiamor
I
En la juega que eso fue en un concierto de rocker, más allá de la Loma, en los Cristales. Una noche tránsfuga, volada, pura Cali-dad. En un día que todavía no se lo inventan, pero que más o menos queda entre el jueves y el viernes; en los abriles de este trópico viche, de esta ciudad dilema, de esta CALIlvania de chupasangres que se deshacen al medio día con estos solazos tan calcinantes. Pero esa noche mi city estaba linda, ricura, fresquita. Y en el fondo una luna recién salidita, bella. Y yo con unos parceros del barrio, el parche Motita (así lo bautizamos) haciendo presencia en la escena. La música estaba maliciosa, pero no más la pillé se me olvidó el resto. Mucho lo mucha, más es demasiado. Qué niña. La pelada estaba delante mío. - Que se dice es de mí, no mío- -Eh, pero a mí me gusta como suena y punto y aparte- (Perdonará el lectorzazo pero decime como escribís y te diré quien sos).
En todo caso yo estaba atrás o ¿detrás? de ella; no, yo ya no sé ni dónde era que andaba. Eso sí, sin discusión es que era una flaquita linda. Un cuerpo fantasioso, deslumbre, puro sueño. Y sí señores, el Apolo llega por fin a Marte; arrancó la final de la copa; cójanse duro, que se volteó, me vio y la vi, y la vi y me vio. Viéndonos. Chupándonos a punta de ojo. Segundos. Conexión. Chispa por toda parte en ese dream teather caleño. Qué ojazos: directos, sinceros, prismacolor, lo vital, la esencia. 1100 voltios, me movió el piso de una, mucho amperaje. ¡Qué Corriente la de ese de río!
Pero bajémosle a los símiles. Cómo me van a salir con que Cali es un sueño atravesado por un río. Que vaya duerma el señor Carranza con su poesía, que esta es la ciudad de los caños. Caño ventiado. Y que no me venga a decir el capitán planeta que es que son aguas residuales. Puro caño con chulos y sus desperdicios. Los tengo fichados. ¿Siete ríos en Cali? Me la envuelven. Aguas de piedra, basureros, cagaderos. Puras canecas de aguardiente y bolsas de mecatos que arrullan a las piedras. Porque ese el único murmullo que se escucha, el único sonido que quedó de la natura. Y ni hablar del famoso río muerte, digo Don Cauca. Agua pujante que la exterminaron a punta de sevicia y venganza, la oscurecieron con tanta crueldad, sacaron toda su humanidad reprimida. Mutilados, desaparecidos, sicariados, baleados, torturados pa´lla van todos. No más es que los tiren desde el puente de Juanchito. Ahí se arreglan todas las cuentas. Y que el río se aguante el dolor, que siga siendo el desagüe de este matadero de ciudad, porque cuidado se ensucian estas calles y gentes tan antisépticas y tan importantes.
Yo no fumo, pero la pelada tenía cigarro y yo le hice la seña para que me regalará tabaco. Una sonrisa tramadora y me lo dio. -Vamos bien chino, eso es, frescolandia, frescolandia- me decía la voz de dentro. A la boca, una vez, dos, tres veces. ¿Y donde está el humo? Me lo trague. Se lo devolví. Se dio recuenta de la boleta. Sin embargo, analicé que la flaca estaba mascando chicle, entonces le hablé por primera vez en la night, lanzándome al ruedo sin capota ni banderilla, decidido por mi rabo y mi oreja: -¿Y no me da chicle?-. Sonrisa #2. Las mujeres no son bobas, y ella sacó uno de la cajita y me lo dio. ¡Casi!, pegó en el palo.
Con el pelo negro y largo, con un lunar en la frente, y unas cejas como tejidas. Ojos hechos con pincel. Esta pelada se me salió de un cuento hindú, pensé de una. Tenía unos labios de mandarina (y eso que ni sé cuales son esos, pero es que era mucha la imagen). Ella andaba en un parche con una pelada y dos manes. Le pregunté, por si las patas de la mosca, si era alguno de ellos el novio. -Son amigos, no tengo novio-. Listo, todos a la ofensiva. -¿Y vos cómo te llamás?- -Antonia. ¿Y usted?- Y empezó la labia, aunque a la hora de la hora yo no me las pico, porque no son ronchas. Mis amigos querían comprar vino y me dijeron que fuera a traerlo, y me pasaron cinco lucas . Le dije que me acompañara.
La noche andando y dando y musiquita al fondo. Hablamos y hablamos, ni me acuerdo de qué. Carreta al piso. Puro verbo y sustantivo con sus poderosos adjetivos. –Me tengo que ir, mañana tengo estudio- me dijo, en pleno partido. Entonces todos al contraataque, a salvar esto en el último minuto: –¿y no me va a dar del chicle que tiene ahí?-. Sonrisa #3, pero no me dio el chicle, me anotó su teléfono en una servilleta, y se fue a despedir de beso en la mejilla. Por un extraño acto reflejo mi cabeza se ladeó 37,5 grados al oeste y ahí fue cuando. Se rozaron las fibras y no aguantaron. Cortocircuito. A gastar saliva. A chupar trompa, dijo el elefante. Pura baba en la atmósfera, torrente marino en las lenguas. ¡Goooooool! Que golazo mijo, ¿si lo pilló? –Me llama- y se fue. Después de esa y del concierto me fui a pie hasta mi casa. Como tres horas a físico pie y ni me di cuenta. Pues no creía en nadie, estrenando novia, pensaba.
Derroche de amor. Esta ciudad es erótica, maestro. Usted va a comprar un pan y una leche a la tienda y lo atienden o lo seducen, yo nunca he diferenciado. -A la orden, mi amor -Está fresquito, cariño -Yo no fío, corazón -Tenga, papi, la devuelta. Esto es un descontrol. A uno lo viven enamorando todo el tiempo, un coqueteo en cada esquina. Y moteles es lo que sobran por estos lados. Aquí no se pierde el tiempo, estamos en Calilove y las cosas se dicen directo, si se gustaron, se parcharon y se cuadraron. Esta es la ciudad del amor y no hay que irrespetarlo, es lo que siempre me dice mi amiga María, pero no la de Isaacs, sino una vecina de por mi casa.
Aunque andaba feliz de la pelota no la llamé al día siguiente. Quedaba muy intensivo. Al segundo me animé pero no aguanta, hay que sufrir otro poquito. El tercer día fue. Ya lo había craneado todo, iba a estar frescón, un saludillo vago: quiubo, cómo van las cosas, en qué fue que quedamos la última vez, vamos a ver una película esta semana y que tal y que tales... pero contestó una señora y me dijo que cómo así, (quedó en silencio), que si no sabía que ella había muerto. -¿Qué?- Que si no había visto las noticias, que si no me habían avisado los amigos -¿Cómo así?- (lloró) Una bala
perdida saliendo de ahí de su casa a estudiar por la mañana. –No, cómo así- Quedó tendida en la puerta. Si mijo, hace dos días fue el velorio y ayer fue el entierro de Antonia, en el metropolitano. Quedé mudo, y un frío intenso empezó a llamearme dentro. Eso no podía ser. No. No. No. No. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Maldita seas ciudad de mierda. Te odio, me odio por crecer en tus fauces.
Cali, sos maldita, maldita calígine. Puñaladas son lo único que sabes dar, vacíos y venenos tenés preparados para todos y cada uno de tus habitantes, una desesperanza más que va con vos, y este sol alcahueta que sigue pariéndose mal cada día en tu horizonte. Ciudad mediocre, filibustera, homicida, hijueputa ciudad.
II
El domingo me fui a Pance, pero arriba, bien arriba, donde no llegan todavía estos bípedos, en los que ya no creo. Fui a una cascada que conozco y a la que me hubiera gustado llevarte. Una caída de agua delgada y hermosa, como eras vos. Lloré y por un momento creí que mis lágrimas se escurrían por las piedras. Porque no te conocí, porque no supe qué era eso vital que no alcanzaste a decirme. ¿Por qué si eras tan llena de vida te tenía que tocar? Y vivitos y coliando tantos parásitos asidos en una ciudad que no merecen. ¿Por qué a vos te encontró la maldición?
Me dolés y ni siquiera pude quererte, te extraño y apenas te vi un día. Un recuerdo que toma la forma de una noche, una urbe taciturna llena de habitantes solitarios, y en el medio se me atraviesa una belleza, una pelada sublime, unos ojazos que me reflejaron el esplendor de esta ciudad abatida. Los amigos del parche me dicen que no me encinte, que no todo está perdido, que hay que volver a empezar, que la vida es un camino para seguir recorriendo. Que camino ni que huevonada, la vida son las personas y nadie tiene por qué arrebatárnoslas.
Yo sigo estudiando la lección de inglés en el Instituto los martes y los thursday, completó las horas y cobró el salario del trabajo que me conseguí en un colegio, me tomó unas cervezas los fines de semana en la loma con algunos amigos. Me toca seguir montando en papagayo y ver a la gente desde la ventana camellando la gota amarga por una aguapanela y un pan duro, porque aquí ni pal pandebono ni pal champús alcanza. Y no he vuelto al estadio a apoyar a mi mechita. Me toca deambular, seguir andando por estas calles condenadas, esquivando los charcos de sangre que se cuecen al medio día. Y que salpican de lleno la imaginación. Cuando puedo me como un cholado con harta lecherita en las canchas, para aliviar esta resequedad de existir, con nuevas amigas con las que salgo. Y cuando me toca me como todos los mocos de mi rabia frente a una ciudad injusta y criminal. Porque los muertos siguen cayendo. 2161 homicidios en el año, leí en un periódico el otro día.
La tormenta sigue. Pero me refiero a la lluvia que viene de arriba en esta madrugada, donde me levanto. Una borrasca eléctrica, donde se escuchan los rayos y centellean las descargas, después el palo de agua. Es un fenómeno hermoso, para qué. Es un privilegio extraño el poder sentirlo. Parece que esos de allá arriba no supieran que acá abajo, en la Calicanícula, ya se nos acabó el agua de los ojos. La lluvia inunda callejones y aceras, moja techos y perros y limpia vidrios, pero nada que empapa la aridez de ese poco de almas cansadas y errabundas.
Mañana voy a sembrar un mandarino, en un parque por mi rancho, para vos. Ya marqué el sitio. Ojalá algún día, en un porvenir mejor, crezca. Y de un fruto que refresque, como lo hace un querido recuerdo, a tanta amargura que desborda esta ciudad. En la juega que sí.